12/04/2024 NOTICIAS
Una cámara de 360º camuflada en el centro del mantel hace una biometría inicial del rostro de los comensales y de esta manera capta las sensaciones de los que comparten mesa y va analizando las reacciones propias que les produce cada bocado.
“Una herramienta para entender mejor al cliente y ayudar en la toma de decisiones”. Así definen desde el Instituto Tecnológico de Aragón (ITA) la mesa sensorial que han ideado para captar y analizar mediante inteligencia artificial las reacciones emocionales que provoca en los comensales la presentación de un plato o variaciones en su composición.
Una información que, una vez procesada, puede ser tomada en cuenta por los responsables de la cocina y la sala para mejorar la experiencia que ofrecen en sus locales.
A simple vista, esta mesa ‘inteligente’ no difiere de una cualquiera más que por un pequeño detalle: la cámara de 360º camuflada en una especie de jarrón que, desde el centro del mantel, hace una biometría inicial del rostro de los allí congregados y va capturando sus reacciones durante toda la comida.
Ya en el ordenador, esas expresiones se analizan en tiempo real para detectar barómetros de enfado, disgusto, miedo o alegría, entre otros. Con esas gráficas, el propio programa realiza un informe final en el que pone negro sobre blanco la evolución de las sensaciones de los comensales a lo largo del ágape.
“El objetivo final es cuantificar las emociones detectadas”, asegura Rafael del Hoyo, coordinador tecnológico del departamento de Inteligencia Artificial del ITA. “Un chef puede diseñar un plato o una explicación con la intención de provocar sorpresa, nostalgia o tensión en el comensal, y esta herramienta le permite comprobar con base científica si se cumplen o no sus expectativas”, añade.
Desde su equipo, que también integran Gorka Lobata, José Ignacio Calvo y Marcos Caballero, cuentan que su proyecto bebe de las fuentes del neuromarketing que llevan aplicando grandes multinacionales desde hace décadas para medir las reacciones de potenciales clientes ante un determinado producto. Eran tecnologías demasiado costosas hasta hace poco, pero su espectacular abaratamiento ha democratizado su uso, hasta el punto de poder ser empleadas ahora por una pyme, como es el caso de un restaurante.
Uno de los mayores retos hasta llegar a este punto ha sido educar al sistema para que aprendiera a detectar y descifrar correctamente cada una de las emociones: la expresión que se pone al ver la presentación del plato, la tensión que genera escuchar determinados ingredientes (sangre o vísceras, por ejemplo), la reacción a la primera cucharada... “Hay modelos previos de análisis de expresiones, pero este es el primero específico entrenado para evaluar a gente comiendo”, aseguran desde sus oficinas en Zaragoza.
Para ello, han desarrollado durante más de un año su propia base de datos con grabaciones de diferentes personas, incluidos ellos, degustando platos que generasen distintas emociones y etiquetándolas. No ha sido tarea sencilla, ya que el acto de comer implica una serie de gestos (mirar hacia el plato, abrir la boca o masticar) que pueden llevar a equívocos, por lo que han tenido que entrenar los modelos específicamente para ignorar o entender el motivo de estas muecas. También han pagado un peaje gustativo: en la mesa había cosas deliciosas, sí, pero también tortillas con extra de sal o arroces muy picantes que produjeran reacciones extremas. “A veces ha sido duro”, bromean.
En la elaboración del prototipo, el ITA ha trabajado con el Centro de Innovación Gastronómica de Aragón y la Asociación Provincial de Empresarios de Hostelería y Turismo de Huesca. Asimismo, han colaborado estrechamente con conocidos restaurantes de la región -Callizo, Yaín o Gente Rara, entre otros-, que les aconsejaron e incorporaron su visión como expertos y que también se prestaron a participar en su puesta de largo en la última edición de Madrid Fusión.
De cara al futuro más inmediato, sus planes pasan por seguir con más pruebas para aumentar la base de datos y así afinar más sus análisis y eliminar sesgos. Por ahora, cuentan con lo que llaman un “mínimo producto viable”, y el objetivo final sería poder comercializarlo y llevarlo a los restaurantes para que estos prueben diferentes versiones de sus menús antes de ofertarlos. “Podrá contribuir a perfeccionar los platos y el servicio de la sala y a cambiar los sistemas de trabajo cuando sea necesario”, asegura del Hoyo.
FUENTE: La Vanguardia / https://ciga-aragon.com/
Comments