OPINIÓN 11/07/2024
Por María Achón y Tuñón
Directora del Grado en Nutrición Humana y Dietética Universidad CEU San Pablo
Comer en familia se ha convertido en un auténtico lujo. Los horarios laborales, las distancias al trabajo, la comodidad de los comedores escolares, entre otras razones, hacen que solo el fin de semana dispongamos de tiempo para comer en familia.
Quizá este hecho de haberse convertido en una actividad de lujo puede ser uno de los motivos por los cuales en redes sociales han proliferado las cuentas con mesas especialmente dispuestas con particular esmero. Vajillas bonitas, combinaciones de copas, cubiertos, servilletas, platitos de pan, manteles, adornos florales. Hay concursos de mesas, incluso; deliciosos, por cierto. Una primera lectura de este fenómeno es optimista. Una mesa bien puesta es señal de buen gusto, de civismo, de querer «encargarse de la felicidad del comensal en tanto está con nosotros», diría el gran Brillat-Savarin. Una pequeña búsqueda de la belleza en medio de la cotidianeidad más o menos gris.
Pero junto a este fenómeno luminoso, el hecho de que la comida en familia se haya convertido en un lujo puede tener también su lado oscuro. Podemos correr el riesgo de recurrir a alimentos que deberían ser muy ocasionales. Incluir determinados aperitivos, preparaciones, salsas o postres con cantidades importantes de grasa, sal y azúcar puede tener consecuencias, no solo nutricionales. El empleo habitual de precocinados y alimentos muy procesados no ayuda a preservar nuestro legado y patrimonio gastronómico cultural tan mediterráneo y espléndido; ni a promocionar hábitos alimentarios sostenibles, al no fomentar el conocimiento de alimentos de temporada, locales y recetas de aprovechamiento para evitar desperdicio. En términos actuales, no contribuye a mejorar la denominada alfabetización alimentaria.
La comida frecuente en familia, en cambio, sí puede contribuir, ya que implica una cesta de la compra mucho más variada y apropiada. Además, permite compartir la vida misma. Las comidas familiares son la verdadera patria de una persona. Las vivencias que se comparten y se recuerdan; los olores y sabores de la infancia feliz; la mágica llamada «a comer», anticipando tantas expectativas placenteras, gastronómicas y sociológicas; el aprendizaje en compañía de los más queridos. Que el lujo de comer juntos siga acompañado del lujo de comer con nuestro inconfundible, saludable y sabroso estilo de nuestra comunidad.