GastroTour 10/07/2024
La comida constituye una parte fundamental de la identidad de un país y muchos la utilizan para promover su cultura, mejorar su imagen y fortalecer sus relaciones internacionales.
La comida estructura nuestras vidas y el día a día de un país. Qué comemos, cómo y cuándo lo comemos, de qué forma se ha cultivado nuestra comida y cómo se ha decidido cocinarla son todas cuestiones que construyen una identidad nacional.
“Dice el refrán que la forma más rápida de llegar al corazón de una persona es a través de su estómago, y algunos países han estado usando la comida para ganar apoyos internacionales e influenciar a las personas. El método, conocido como ‘gastrodiplomacia’, puede cambiar el discurso que rodea a un país, centrándolo en aspectos apolíticos y positivos de su cultura”, señalan desde Food Unfolded, parte del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT).
Algunos ejemplos: la creación de una cocina nórdica por parte de Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia, que gracias a sus chefs ha logrado posicionar a los países más fríos de Europa como atractivos turísticos; la creación del Instituto del Kimchi en Corea del Sur, que con su nombramiento como patrimonio cultural inmaterial, ha convertido el fermentado en un fenómeno global; la promoción de la cocina tailandesa, que ha conseguido convertir el país en el octavo más visitado del mundo; o las estrategias tanto interiores como exteriores que ha tomado Japón en las últimas décadas con distintos objetivos.
INFLUENCIA INTERNACIONAL
La promoción de la cocina tailandesa convirtió al país en el octavo más visitado del mundo. De ellas habla Felice Farina en uno de los capítulos de Interdisciplinary Studies on Food in Modern and Contemporary East Asia (Firenze University Press, 2021). La definición de washoku o cocina japonesa, tal y como está inscrita en la lista del patrimonio cultural de la UNESCO desde 2013, “es el resultado de un proceso de invención de la tradición cuya razón es homogeneizar y preservar la identidad nacional y proyectarla en el extranjero”.
Al mismo tiempo, afirma Farina, esto ha ayudado a afrontar distintos asuntos de la política doméstica: “el hecho de que Japón tenga una baja tasa de autosuficiencia alimentaria podía mejorarse incrementando la demanda de alimentos japoneses, y esto se ha conseguido con la promoción de un gastronacionalismo en casa y la gastrodiplomacia en el exterior, tanto para incrementar el consumo de alimentos tradicionales como para aumentar las exportaciones”.
Europa tiene un presupuesto de 185,9 millones de euros para apoyar campañas de márketing, ferias alimentarias internacionales y conferencias agroalimentarias. No es para menos: según el Parlamento Europeo, el 53% de los turistas visitan un destino específicamente por su comida. Así, la gastronomía se percibe hoy como una herramienta útil para tomar decisiones que afectan tanto a la economía como a la imagen de un país, así como en las relaciones diplomáticas. “La comida y los hábitos alimentarios pueden considerarse como una de las expresiones por excelencia de la identidad nacional”, señala Farina.
¿CUÁL ES LA DIFERENCIA ENTRE ‘GASTRODIPLOMACIA’ Y ‘GASTRONACIONALISMO’?
Como explica Michaela DeSoucey en Gastronationalism: Food Traditions and Authenticity Politics in the European Union (American Sociological Review 75 (3), 2010), el gastronacionalismo “subraya el uso de la producción de comida, su distribución y su consumo para delimitar y sostener un poder emotivo de conexión nacional, así como de sentimientos nacionalistas para producir y vender comida”. Es una estrategia defensiva para restablecer unas fronteras simbólicas amenazadas por la homogeneización de las dietas que promueve la globalización, que a su vez atenta contra su patrimonio y su cultura en general.
El gastronacionalismo puede servir de estrategia defensiva ante las dietas que promueve la globalización. Michele Antonio Fino y Anna Claudia Cecconi alertan en Gastronazionalismo. Come e perché l’Europa è diventata indigesta (People, 2021), desde la perspectiva italiana, que “el gastronacionalismo no es más que la producción constante y continua de corazas alimentarias para un pueblo que mira su propio futuro con incertidumbre y prefiere mirar al pasado (verdadero o inventado, poco importa) para contraponerlo con el resto con arrogancia”.
Recuerdan que la identidad de un país existe con independencia de un sentimiento nacionalista, que no es más que “la cristalización de la identidad en un momento histórico preciso, normalmente mítico o mitificado, oponiéndose a la evolución”. Dirimen que en el caso italiano, esta confusión entre identidad y nacionalidad se ha utilizado con finalidades “populistas y demagógicas” con tal de “encontrar nuevas legitimaciones en un tiempo de crisis de representación”.
Por otro lado, está la gastrodiplomacia, a través de la cual se difunde la identidad de un país hacia el exterior para mejorar su imagen. Algunos autores usan, en cambio, el término ‘diplomacia culinaria’, apelando a un nivel más formal y oficial de las funciones diplomáticas que repercuten directamente y en primera instancia a los dignatarios que visitan las embajadas de cada país. Teniendo en cuenta este matiz, la gastrodiplomacia expresaría un sentido más general, en palabras de Paul Rockower en The State of gastrodiplomacy (Public Diplomacy Magazine, 14, 2014), “el intento diplomático de comunicar la cultura culinaria de un país a un amplio público extranjero”, que a su vez afecta a la percepción de su cultura, gentes, valores e ideales, reforzando la asociación de unos determinados alimentos con ese país, y obteniendo beneficios económicos como la exportación alimentaria o el incremento del turismo. También la gastrodiplomacia promueve la identidad de un país y puede obtener beneficios económicos como el incremento del turismo.
FUENTE: CAMILA BERALDI, La Vanguardia